Por Alfredo Zaiat
Los grandes grupos agropecuarios y los inversores financieros en pools de siembra, integrados en la trama multinacional sojera, contaron con los pequeños productores como la avanzada visible para frenar la resolución que disponía derechos de exportación móviles para cuatro cultivos claves. Tuvieron éxito en esa misión, cuyo saldo fue la peor ecuación económica para esos pequeños productores. Además instalaron un clima para su desaliento que facilitará el proceso de concentración de la actividad. Responsabilidad que deberán asumir sus dirigentes & socios alienados por la movilización de la burguesía agraria y urbana, sujeto social que logrado su objetivo político y económico los ha abandonado a su suerte.
Antes, la angustia era de pequeños productores. Ahora, es de ahorristas. El temor inducido es un instrumento eficaz del poder económico para frenar medidas, tibias o audaces, que pretenden afectar privilegios de décadas. Ese sector vulnerable, que busca estrategias defensivas para su capital, es víctima, no culpable de la inestabilidad. Su precaución es comprensible frente a un escenario de incertidumbre, aunque termina siendo funcional a los grupos más concentrados de la economía.
Financistas & afines están enfurecidos porque el fin de las AFJP termina con la apropiación de rentas que contabilizaban con el dinero previsional de los trabajadores. Esa irritación no tiene su origen en la noble preocupación por las futuras jubilaciones, sino que se reconoce en el papel dominante que asumirá el Estado en dos áreas sensibles para el poder económico: por un lado, pasará a detentar relevantes participaciones accionarias en un lote importante de empresas líderes por un total de 9000 millones de pesos y, por otro, podrá reordenar los plazos fijos de las AFJP colocados entre decenas de bancos elegidos que suman unos 7000 millones de pesos. Es mucho el poder y el dinero que está en juego.
Frente a esa fuerza que recupera el Estado para estar en condiciones de intervenir, regular y controlar, los grandes jugadores del sistema financiero han ingresado en un trance de cólera permanente. Empezaron con la corrida sobre acciones y bonos, para luego apostar fuerte en el mercado cambiario. La generación de un estado de incertidumbre con una batería de rumores de conocidos dramas financieros (devaluación, default, corralito, reservas, cuasimonedas) busca asociar a pequeños ahorristas en la cruzada contra la iniciativa de terminar con el régimen de capitalización individual. La baja de acciones y bonos, con la disparada del riesgo país, no gatilló un fuerte corrimiento al billete verde. Entonces se subió la apuesta con la convocatoria a la corrida a través de títulos temerarios, junto a informes de economistas de la city adelantando escenarios catastróficos. Frente al proyecto que elimina a la AFJP, repiten los mismos argumentos llenos de calificativos despectivos y vacíos de contenidos esgrimidos contra las retenciones móviles: “torpe”, “improvisado”, “oportunista”, “fiscalistas”, con la esperanza de repetir ese desenlace.
En ese contexto, la cotización del dólar no refleja sólo la tensión por la competitividad de la economía, como la UIA expresa con desestabilizadora presión, ni las posiciones defensivas del denominado chiquitaje. Es también una manifestación del poder, que no es otro que el económico.
Los grandes grupos agropecuarios y los inversores financieros en pools de siembra, integrados en la trama multinacional sojera, contaron con los pequeños productores como la avanzada visible para frenar la resolución que disponía derechos de exportación móviles para cuatro cultivos claves. Tuvieron éxito en esa misión, cuyo saldo fue la peor ecuación económica para esos pequeños productores. Además instalaron un clima para su desaliento que facilitará el proceso de concentración de la actividad. Responsabilidad que deberán asumir sus dirigentes & socios alienados por la movilización de la burguesía agraria y urbana, sujeto social que logrado su objetivo político y económico los ha abandonado a su suerte.
Antes, la angustia era de pequeños productores. Ahora, es de ahorristas. El temor inducido es un instrumento eficaz del poder económico para frenar medidas, tibias o audaces, que pretenden afectar privilegios de décadas. Ese sector vulnerable, que busca estrategias defensivas para su capital, es víctima, no culpable de la inestabilidad. Su precaución es comprensible frente a un escenario de incertidumbre, aunque termina siendo funcional a los grupos más concentrados de la economía.
Financistas & afines están enfurecidos porque el fin de las AFJP termina con la apropiación de rentas que contabilizaban con el dinero previsional de los trabajadores. Esa irritación no tiene su origen en la noble preocupación por las futuras jubilaciones, sino que se reconoce en el papel dominante que asumirá el Estado en dos áreas sensibles para el poder económico: por un lado, pasará a detentar relevantes participaciones accionarias en un lote importante de empresas líderes por un total de 9000 millones de pesos y, por otro, podrá reordenar los plazos fijos de las AFJP colocados entre decenas de bancos elegidos que suman unos 7000 millones de pesos. Es mucho el poder y el dinero que está en juego.
Frente a esa fuerza que recupera el Estado para estar en condiciones de intervenir, regular y controlar, los grandes jugadores del sistema financiero han ingresado en un trance de cólera permanente. Empezaron con la corrida sobre acciones y bonos, para luego apostar fuerte en el mercado cambiario. La generación de un estado de incertidumbre con una batería de rumores de conocidos dramas financieros (devaluación, default, corralito, reservas, cuasimonedas) busca asociar a pequeños ahorristas en la cruzada contra la iniciativa de terminar con el régimen de capitalización individual. La baja de acciones y bonos, con la disparada del riesgo país, no gatilló un fuerte corrimiento al billete verde. Entonces se subió la apuesta con la convocatoria a la corrida a través de títulos temerarios, junto a informes de economistas de la city adelantando escenarios catastróficos. Frente al proyecto que elimina a la AFJP, repiten los mismos argumentos llenos de calificativos despectivos y vacíos de contenidos esgrimidos contra las retenciones móviles: “torpe”, “improvisado”, “oportunista”, “fiscalistas”, con la esperanza de repetir ese desenlace.
En ese contexto, la cotización del dólar no refleja sólo la tensión por la competitividad de la economía, como la UIA expresa con desestabilizadora presión, ni las posiciones defensivas del denominado chiquitaje. Es también una manifestación del poder, que no es otro que el económico.
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