Por Alfredo Zaiat
Varios de los miembros de la actual conducción de la Unión Industrial Argentina dicen que saben quién era. Otros directamente ocultan su ignorancia entre la ostentación de las carreras de autos y la sobreactuación de fidelidad a grupos de medios. Todos ellos tienen la oportunidad de rescatarlo del olvido para no repetir el poco digno papel de liderar una entidad industrial subordinada a un modelo agroexportador, hoy expuesto en la trama multinacional sojera representada políticamente por la Mesa de Enlace. Marcelo Diamand, empresario fundador de la firma de artículos electrónicos Tonomac, fue un lúcido pensador de la realidad económica y también participó en la vida interna de la UIA. Sus trabajos pueden servir de guía para los industriales que no quieren caminar hacia el precipicio de la mano de informes económicos con sus respectivas recetas ortodoxas, con el respaldo político de la restauración conservadora, que hoy impulsa la dirigencia encabezada por Héctor Méndez, Techint y Arcor (AEA).
Los conceptos fundamentales de Diamand están reunidos en un famoso ensayo que publicó en 1972 en la revista Desarrollo Económico, con el título “La estructura productiva desequilibrada. Argentina y el tipo de cambio”. El primer párrafo de ese documento adquiere hoy una vigencia notable. Es un poco extenso, pero vale la pena leerlo con dedicación. Diamand escribió: “En el transcurso de los últimos años hemos insistido en que la incapacidad del país de salir de su estancamiento y las recurrentes crisis de las que padece se originan en un divorcio entre las ideas de la sociedad argentina y la realidad. Dichas ideas se derivan de las teorías económicas tradicionales y se basan en propiedades de las estructuras productivas de los países industriales, muy diferentes a las que tiene un país exportador primario en proceso de industrialización como la Argentina. Sin embargo, se aplican obstinadamente, sin que la sociedad se percate de que ni las ideas ni las prioridades operativas que surgen a partir de ellas corresponden a la realidad. Como resultado de la desorientación resultante, la mayor parte de los sectores de actividad económica no tiene ni idea de cómo defender sus intereses e incluso algunos de ellos ejercen sistemáticamente una presión política suicida, totalmente contraria a ellos”.
A esta altura, luego de haber apoyado las políticas de desestructuración productiva de Alfredo Martínez de Hoz, durante la dictadura 1976-1983, y las de Cavallo-Menem, en los noventa, no debería sorprender el retorno de concepciones neoliberales a la UIA. Es cierto lo que dijo Méndez respecto de que no se trata de posiciones oficialistas u opositoras, sino que lo relevante se encuentra en el recetario que propone la UIA. Es el vulgar y conocido “menos Estado y más mercado”. Además, suma críticas a la intervención pública en el mercado, rechazos a los subsidios cuando son para la población no así para sus inversiones, el reclamo gasesoso de “seguridad jurídica”, el repudio al incremento del intercambio comercial con Venezuela que beneficia a decenas de pymes, la presión para frenar aumentos salariales y la exigencia de disminuir impuestos, privilegiando la rebaja de las retenciones a las exportaciones agrarias. Ese desvarío ideológico de los grandes industriales en contra de la propia base material de su sector explica en parte el sendero de frustación económica del país, que lo refuerzan rodeados de líderes políticos y economistas responsables de los fracasos de las últimas décadas.
Los actuales dirigentes de la UIA logran destacarse: no es sencillo encontrar empresarios en la región que desfilen con el vestido de algo parecido a lo que puede denominarse burguesía nacional, pero que expresan con prodigiosa transparencia que por sus venas circula sangre rentista y aspiraciones de grandes productores agropecuarios.
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