Por Alfredo Zaiat
La caída del Muro de Wall Street ha dejado expuesta la inconsistencia de las ideas del liberalismo conservador dispersas por gran parte del mundo en los últimos treinta años. Los resultados desastrosos de la política económica que se derivaron de esa base teórica se difunden diariamente por las grandes cadenas de medios, generando esa angustia colectiva que nace en momentos que indican el fin de una era. Este rotundo fracaso del paradigma del mercado para unos pocos como ordenador principal de la sociedad no significa necesariamente la decadencia del poder económico–financiero consolidado en ese proceso. Ni tampoco la renovación de una dirigencia política e intelectual formada en esa escuela de pensamiento. La improvisación de las estrategias implementadas por los líderes de las potencias mundiales y el fracaso de las medidas para frenar la crisis permiten entender esa dinámica de lo desconocido que agudiza la decadencia en lugar de revertirla. El fiasco de los megapaquetes de estímulo no tiene que ver con las cualidades de sus ejecutores, sino con su propia concepción del mundo de la economía. Esta consiste exclusivamente en la preservación del capital privado como eje único del desarrollo y, por lo tanto, de la recuperación de una crisis. Este sendero que conduce hacia un callejón sin salida queda cada vez más en evidencia en los salvatajes a los bancos. Se siguen destinando planes billonarios para sostener entidades financieras quebradas mientras la actividad productiva se desmorona provocando una fuerte suba de la desocupación. La situación del sector real de la economía, en especial el empleo, queda así subordinada a la financiera, como lo ha sido en este período de la globalización que ha construido un complejo entramado industrial-bancario. Esto refleja que las ideas del fundamentalismo liberal puede que hayan recibido un fuerte mazazo en su autoestima, pero no han retrocedido casi nada su poder emergente.
Un signo contundente de esa presencia dominante se ofrece en el tratamiento de la crisis. Las impactantes caídas de los índices de las principales Bolsas mundiales se reflejan en títulos catástrofe provocando zozobra en una mayoría que nunca ha invertido una moneda en el mercado bursátil. En cambio, no reciben igual importancia cifras dramáticas de despidos masivos y tasas de desocupación record, cuando es un tema indudablemente mucho más relevante para la población que el subibaja de acciones y bonos. Este estándar de relevancia en el análisis de los acontecimientos económicos surge de la preeminencia de un discurso dominado por el capital concentrado y el financiero, cuya expresión ideológica es el fundamentalismo liberal.
En estos meses de zozobra, variadas expresiones institucionales a nivel internacional, de organismos multilaterales como de cumbres de líderes mundiales, se han revelado tributarias de ese modelo forjador de ruinas. Una de las más provocativas, en un contexto de alza violenta del desempleo, fue realizada por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El economista jefe del considerado “club de los países desarrollados”, Klaus Schmidt-Hebbel, propuso una mayor flexibilidad como medida necesaria para enfrentar la fragilidad del mercado laboral. Para España recomienda, por ejemplo, reducir las indemnizaciones por despidos a los trabajadores fijos porque considera que son muy elevadas en comparación con las de los empleados con contrato temporal. Esta reforma estructural, sostiene Schmidt-Hebbel en la quinta edición anual del estudio “Objetivo crecimiento y crisis financiera” de la OCDE, es la “más apropiada para incrementar la demanda tanto a corto como a largo plazo”. La inconsistencia de esa recomendación es evidente. España tiene la tasa de desempleo más alta de Europa con el 14 por ciento a fines del año pasado. Ese porcentaje siguió subiendo en el primer bimestre de 2009: unos 354 mil personas se quedaron sin trabajo en esos meses, elevando a 3,5 millones los desempleados, una cifra nunca vista desde 1996. Este fuerte salto que describió la tasa de desocupación tiene su origen en que España es uno de los países de la Unión Europea con mayor proporción de trabajadores temporales, que supera el 30 por ciento frente a una media del 15 por ciento en el resto de la región. Pese a ello, el principal economista de la OCDE, que expresa el paradigma conceptual de las potencias europeas, recomienda más flexibilización laboral.
La Oficina Internacional del Trabajo (OIT) advirtió en su informe Tendencias Mundiales del Empleo que se espera que la crisis económica mundial produzca un aumento espectacular del número de personas que engrosen las filas de desempleados, trabajadores pobres y trabajadores con empleos vulnerables. En ese documento se señala que el desempleo en el mundo podría aumentar en 2009 respecto de 2007 en una cifra de entre 18 y 30 millones de trabajadores, y hasta más de 50 millones si la situación sigue deteriorándose. De producirse este último escenario, cerca de 200 millones de trabajadores, en especial en las economías en desarrollo, podrían pasar a integrar las filas de la pobreza extrema, calcula esa institución internacional. “El mensaje de la OIT es realista, no alarmista. Nos enfrentamos a una crisis del empleo de alcance mundial. Muchos gobiernos son conscientes de la situación y están tomando medidas, pero es necesario emprender acciones más enérgicas y coordinadas para evitar una recesión social mundial. La reducción de la pobreza está en retroceso y las clases medias a nivel global se están debilitando. Las consecuencias políticas y de seguridad son de proporciones gigantescas”, declaró Juan Somavía, director general de la OIT.
En ese escenario internacional inquietante, la perspectiva del empleo en Argentina se jugará en la fortaleza de los sindicatos, en normas de protección a los trabajadores y en políticas oficiales activas de defensa del empleo. Así se podrá construir un dique al avance de propuestas, como la del economista de la OCDE, que encuentran la variable de ajuste en los ingresos, condiciones laborales o directamente en los puestos de los trabajadores. Para ciertos sectores del progresismo prolijo y para los conservadores, los sindicatos representan uno de los principales factores que detienen el desarrollo virtuoso de las fuerzas productivas en el país. Sin embargo, pese a la violencia para desestructurarlo durante la dictadura y al objetivo de travestirlos en sociedades anónimas durante el menemismo, la presencia relevante de las organizaciones gremiales en la economía argentina, con sus defectos, deficiencias y falta de transparencia, constituyen una significativa diferencia cualitativa en relación con experiencias de otros países. Más aun cuando existe cierta comunión de objetivos con la administración gubernamental para frenar despidos. De todos modos, esa alianza puede resultar insuficiente en un mercado laboral fragmentado y heterogéneo. En estos meses no pudo detener el avance de la expulsión del mercado de trabajadores tercerizados e informales, y en algunos sectores, como el automotriz o el siderúrgico, las cesantías se pospusieron a cambio del desembolso de subsidios del Estado dejando latente la cruel amenaza.
Ante una crisis inédita se requiere estar preparados y adelantarse a tormentas en el mercado laboral creando instrumentos novedosos de intervención para evitar despidos. Un marco de prioridades para transitarla la ofreció el líder sindical brasileño Luiz Carlos Prates, secretario general del Sindicato de Metalúrgicos de Sao José dos Campos. Ante la pérdida de casi un millón de puestos de trabajo en Brasil desde noviembre pasado, que elevó el desempleo a 8,2 por ciento en enero, reclamó que “el gobierno tiene que hacer un decreto de inmediato para garantizar la estabilidad del empleo de los trabajadores. Ya dieron mucho dinero a los banqueros y a los empresarios. Ahora debe ser nuestro turno”.
azaiat@pagina12.com.ar
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