lunes, 30 de agosto de 2010

Un análisis del poder


Por José Pablo Feinmann

El discurso que la presidenta CFK ofreció el 24 de agosto fue más allá de lo que han ido todos los discursos de los presidentes argentinos hasta la fecha. Nadie –ni siquiera el primer Perón o Evita– procedieron a una destotalización de la estructura del poder en la Argentina. Analíticamente, destotalizó, en primer término, la totalidad y luego la armó otra vez para exhibir su funcionamiento. ¿De qué estaba hablando la Presidenta? Del poder en las sombras, del poder detrás del trono, del verdadero poder. ¿Cuál es? Es el poder mediático. La filosofía occidental de los últimos 45 años se ha equivocado gravemente. Para salir de Marx y entrar en Heidegger (como crítico exquisito de la modernidad pero desde otro lado al de Marx) se vio obligada a eliminar al sujeto, tal como Heidegger lo había hecho con innegable brillo desde su texto La época de la imagen del mundo. También Michel Foucault dio por muerto al hombre. Barthes, al autor. Al estilo. Deleuze, desde Nietzsche, a la negatividad, o sea: al conflicto en la historia. Y la academia norteamericana sistematizó todo esto incorporando con fervor a los héroes de la French Theory. El fracaso es terrible y hasta patético. En tanto los posmodernos postulan la muerte de la totalidad, el Departamento de Estado postula la globalización. En tanto proponen la muerte del sujeto, el Imperio monta brillantemente al más poderoso sujeto de la filosofía y de la historia humana: el sujeto comunicacional. Y ésta –hace años que sostengo esta tesis que en Europa causa inesperado asombro cuando la desarrollo– es la revolución de nuestro tiempo. El sujeto comunicacional es un sujeto centrado y no descentrado, logocéntrico, fonocéntrico, ajeno a toda posible diseminación, informático, bélico, enmascarador, sometedor de conciencias, sujetador de sujetos, creador de realidades virtuales, creador de versiones interesadas de la realidad, de la agenda que determina lo que se habla en los países, capaz de voltear gobiernos, de encubrir guerras, de crear la realidad, esa realidad que ese sujeto quiere que sea, quiere que todos crean que es, que se sometan a ella, y, sometiéndose, se sometan a él, porque lo que crea el sujeto absoluto comunicacional es la verdad, una verdad en la que todos acabarán creyendo y que no es la verdad, sino la verdad que el poder absoluto comunicacional quiere que todos acepten. En suma, su verdad. Imponer su verdad como verdad para todos es el triunfo del sujeto comunicacional. Para eso debe formar los grupos, los monopolios. Debe apoderarse del mercado de la información para que sólo su voz sea la que se escuche. Para que sean sólo sus fieles periodistas los que hablen. Una vez que esto se logra el triunfo es seguro. El arma más poderosa de la supraposmodernidad del siglo XXI radica en el mayor posible dominio de los medios de información. Que ya no informan. Que transmiten a la población los intereses de las empresas que forman el monopolio. Intereses en los que todas coinciden. Asombrosamente ningún filósofo importante ha advertido esta revolución. Foucault se pasó la vida analizando el poder. Pero no el comunicacional. ¡Por supuesto! ¿Si había negado al sujeto cómo iba a analizar los esfuerzos del poder por constituirlo de acuerdo a sus intereses? Nadie vio –además, y se me antoja imperdonable– al nuevo y monstruoso sujeto que se había consolidado. Superior al sujeto absoluto de Hegel. Algo atisbó Cornelius Castoriadis. Pero poco. Relacionó las campañas electorales con las empresas que las financian. Pero –insisto–, aquí lo esencial es que el tema del sujeto ha vuelto a primer plano. Colonicemos al sujeto, hagámosle creer lo que nosotros creemos, y el poder será nuestro. El poder empieza por la conquista de la subjetividad. Empieza por la construcción de algo a lo que daré el nombre del sujeto-Otro.

Formulemos –como punto de partida de esta temática esencial– la obligada pregunta: ¿qué es el sujeto-Otro? Es lo Otro del sujeto. Escribo Otro con esa enorme O mayúscula para marcar la ajenidad que el Poder consigue instaurar entre el sujeto y lo Otro de sí. Heidegger transitó bien está temática. Lo que yo llamo sujeto-Otro es ese sujeto que –según Heidegger– ha caído “bajo el señorío de los otros” (Ser y Tiempo, parágrafo 27). He aquí un señalamiento brillante y preciso: el señorío de los otros. Heidegger amplía el concepto: quien cae bajo ese señorío (el de los Otros) “no es él mismo, los otros le han arrebatado el ser”. “El Poder, al someter mi subjetividad, elimina mis proyectos, mi futuro más propio, lo que hubiera querido hacer con mi vida. Mis posibilidades (...) son las del Otro, son las del Poder, las que me vienen de afuera. Ya no soy yo quien decide, soy decidido” (JPF, La historia desbocada, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2009, p. 128). Heidegger, sin embargo, se remite a la esfera ontológica: lo que se pierde es el ser. No creo que debamos poner el acento ahí: lo que se pierde es la subjetividad, la conciencia, la autonomía de pensar por nosotros mismos, pues pensamos lo que nos hacen pensar, decimos lo que nos hacen decir y nos convertimos en patéticos, bobos, manipulados defensores de causas ajenas. CFK manejó la temática con precisión y con una audacia que –yo, al menos, y ya tengo mis años viviendo siempre en este país– no le vi a ningún presidente. Cuando retoma la frase de tapa de Clarín y la da vuelta es donde revela qué es el Poder. Clarín titula: “El Gobierno avanza en Papel Prensa para controlar la palabra impresa”. Detrás de esta frase está toda la campaña “erosionante” (por utilizar un concepto del revolucionario popular agrario Buzzi, fiel a sus bases hasta la muerte, hasta matar a la FA sometiéndola a los intereses de la Sociedad Rural, manejada hoy por el “Tano” Biolcati, descendiente de la “chusma ultramarina” que Cané desdeñaba, y no por Martínez de Hoz o por el elegante señor Miguens) de la oposición. Es decir, el Gobierno es autoritario, enfermo de poder y siempre empeñado en silenciar a todos. CFK le da la razón a Clarín: “Clarín piensa que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. Quiero en esto coincidir con Clarín. Claro, quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa. ¿Por qué? Porque Papel Prensa Sociedad Anónima es la única empresa que produce en el país pasta celulosa para fabricar papel de diario, fabrica el papel de diario, lo distribuye y lo comercializa en lo que se conoce en términos económicos y jurídicos como una empresa monopólica integrada verticalmente. ¿Por qué? Porque va desde la materia prima hasta el insumo básico, pero no solamente produce ese insumo básico sino que además determina a quién le vende, cuánto le vende y a qué precio le vende. Por eso coincido con Clarín en que quien controla Papel Prensa controla la palabra impresa en la República Argentina”.

El Poder –en cada país– tiene que formar monopolios para tener unidad de acción. No se tiene todo el poder si se tiene sólo Papel Prensa, que implica, es verdad, el control de la palabra impresa. Pero hay que tener otros controles. Sobre todo –hoy, en el siglo XXI, en esta supraposmodernidad manejada por la imagen– el poder de la imagen. Y el de la voz radial, siempre penetrante, omnipresente a lo largo de todo el día. Se trata de la metralla mediática. No debe cesar. ¿Por qué este Gobierno se complica en esta lucha con gigantes sagrados, intocables? O lo hace o perece en cualquier momento. Desde la campaña del señor Blumberg se advirtió que los medios podían armar una manifestación popular en pocas horas. Toda la gilastrada de Buenos Aires salió con su velita detrás del ingeniero que no era e impulsada por Hadad y la ideología-tacho que –en ese entonces– era una creación de Radio 10. La ideología-tacho es un invento puramente argentino. Como el colectivo, el dulce de leche y Maradona. Uno toma un taxi en cualquier parte del mundo y el taxista no lo agrede con sus opiniones políticas. Lo deja viajar tranquilo. Sigamos: la segunda, terrible señal de alarma fue durante las jornadas “destituyentes” y “erosionantes” del “campo”. Sin el apoyo inmoderado de “los medios” habría sido un problema menor. Pero la furia mediática llegó a sus puntos más estridentes. La “oposición” no es esa galería patética de ambiciosos, torpes e impresentables políticos que pelean mejor entre ellos que con sus adversarios. Son los medios. La derecha no tiene pensadores, tiene periodistas audaces, agresivos. Y la mentira o la deformación lisa y llana de toda noticia es su metodología.

El análisis de CFK fue excesivamente rico para una sola nota. Hasta aquí tenemos: Videla convocó a La Nación, Clarín y La Razón y les entregó Papel Prensa. Al ser el Estado desaparecedor socio de la sociedad que se formó, esos diarios no sólo apoyaron o colaboraron con un régimen abominable, fueron sus socios. ¿Para qué? CFK lo dice así: “Durante esos años se escuchaba mucho el tema defender nuestro estilo de vida. Nunca pude entender exactamente a qué se referían cuando se hablaba de defender nuestro estilo de vida. Yo no creo que la desaparición, la tortura, la censura, la falta de libertad, la supresión de la división de los poderes puedan haber formado en algún momento parte del estilo de vida de los argentinos”. Sí, en el momento en que se constituye Papel Prensa y Videla les pide a los grandes diarios que –ahora sí: a muerte– defiendan la lucha en que están empeñados, el estilo de vida argentino, para ser defendido, requería los horrores de la ESMA. Hay un libro de Miguel Angel Cárcano: El estilo de vida argentino. En sus páginas se traza una imagen idílica, campestre, cotidiana y señorial del general Roca. Ese es –para Cárcano– un héroe de nuestro estilo de vida. El de ellos, el de la oligarquía que hizo este país a sangre fuego y a sangre y fuego lo defendió siempre que se sintió atacada. Los herederos de Cárcano y Roca todavía lo defienden. Si se les deja el poder de “formar la opinión pública” como siempre lo hicieron volveremos al país que desean: el del neoliberalismo, el de los gloriosos noventa. Conservarán el poder. Al que CFK dibujó así: “Si hay un poder en la República Argentina, es un poder que está por sobre quien ejerce la Primera Magistratura, en este caso la Presidenta, también por sobre el Poder Legislativo y, mal que pese, también por sobre el Poder Judicial (...) es invisible a los ojos”. Es el poder que tan impecablemente definió un otrora misterioso personaje: “¿Presidente? Ese es un puesto menor”.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Ganarle al miedo en buena ley


Por Mario Wainfeld

Hablemos de los hechos, para desafiar una regla dominante en la comunicación cotidiana. Las acciones de Papel Prensa se vendieron en los primeros meses de la dictadura militar, en el tramo más brutal (a la vez fundacional) del terrorismo de Estado y de la violación de las garantías constitucionales, empezando por la división de poderes. La dueña de las acciones transferidas, Lidia Papaleo de Graiver, jamás se juntó con el precio. Todos los adultos integrantes de la familia Graiver fueron secuestrados y torturados.

Durante décadas, Papel Prensa controló el mercado con prácticas monopólicas. El Estado nacional fue un socio bobo, mudo y sumiso ante un poder fáctico superior al de sucesivos gobiernos, dictatoriales o democráticos.

El actual Ejecutivo, a partir de conflictos coyunturales, tomó la valiosa decisión política estratégica de limitar el poder del Grupo Clarín. Entre otras movidas, se implicó activamente en la empresa, sacudiendo la modorra estatal, haciendo valer cuanto pudo su posición minoritaria. En el trayecto, investigó el origen de la compra de las acciones. Produjo un material contundente, presentado ayer en la Casa de Gobierno.

La documentación fue buscada con denuedo. Parte del material es conspicuo y fue denunciando en numerosas oportunidades en diarios, libros y revistas. Una porción más pequeña estaba sustraída al conocimiento ciudadano, camuflada en expedientes con telarañas, perdida en archivos olvidados.

La presidenta Cristina Fernández de Kirchner pronunció ayer un discurso memorable. Uno de los más redondos de su mandato, si no el mejor. Rememoró el modo en que pasó de mano Papel Prensa y su trayectoria posterior en el mercado. Dio cuenta de haber leído y elaborado el informe. Lo divulgó en una exposición larga (como ella misma reconoció al final) y rigurosa.

Pero las palabras, ya se sabe, van y vienen. Lo más notable no fue la retórica sino, otra vez, la decisión política: darle un cauce institucional al informe. Serán los otros poderes del Estado los que resuelvan qué hacer respecto del pasado y del futuro. Los tribunales comerciales deberán dirimir la validez o nulidad de la venta. Los penales, sentenciar si hubo violaciones de derechos humanos en el contexto de la supuesta negociación celebrada entre 1976 y 1977.

El Congreso deberá analizar un proyecto de ley (cuyo texto no se conoce aún) declarando de interés público la producción de papel para diarios y formando una comisión bicameral para el seguimiento de esa actividad.

El procurador del Tesoro, Joaquín Da Rocha, y el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, tendrán a su cargo la peliaguda misión de preparar la vía judicial. Seguramente, el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, ya está redactando el proyecto de ley que la Presidenta revisará con obsesividad de parlamentaria.

Los hechos quedan también sometidos a la opinión pública tras años de silencios, omisiones o imposiciones.

El dialecto periodístico-político opositor se ingeniará para calificar ese recorrido como “autoritario”, “arbitrario”, “totalitario”. O se valdrá de un sustantivo-adjetivo berreta caro a su imaginario: “chavista”. Para el pensamiento hegemónico de derecha, el chavismo no es un régimen popular, plebiscitado muchas veces en elecciones limpias, con desempeños discutidos en materia de libertades públicas. “Chavismo” es, charramente, sinónimo de dictadura bananera.

Sin embargo, lo que hizo el gobierno nacional es legal, democrático y republicano. Investigó, honró sus deberes de socio-accionista, produjo un informe que se abre al debate ciudadano, lo canalizará institucionalmente. Vale la pena señalar el detalle, pasando la pelota a dos poderes donde (en la actual coyuntura) las corporaciones juegan de local o al menos en condiciones muy favorables. Lejos de la discrecionalidad o del decreto de necesidad y urgencia, se interpeló a los estamentos democráticos y a la ciudadanía.

A eso, en jerga dominante, se rotula como “chavismo” o se describe como “ataques a la prensa”.

Frente a otras etapas históricas, hay mayor transigencia, según se verá.

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Los diarios Clarín y La Nación vienen publicando en tándem desde el conflicto de las retenciones agropecuarias. Socios en Papel Prensa y en Expoagro, sus tradicionales diferencias editoriales se fueron licuando en el mandato de Fernández de Kirchner. A veces, desdoblan tareas, como cuando La Nación informó la reunión entre Héctor Magnetto y cinco referentes del espacio peronista federal-PRO, que Clarín guardó y sigue guardando en reserva. En otras, se pronuncian juntos. Así fue en las ediciones de ayer, buscando lo que en fútbol se llama “anticipo ofensivo” al anuncio. Optaron por una suerte de editorial conjunto, titulado “Una historia inventada para apoderarse de Papel Prensa”. Como se supo a la tardecita, el apoderamiento no existió, en el año 2010 al menos. Y la historia, infaustamente, es real.

El material se recomienda, porque no tiene desperdicio. El cronista sólo pondrá de resalto el modo en que se narra un acuerdo comercial millonario, en el que tuvo un rol central el Estado terrorista.

Papaleo de Graiver era la viuda reciente de un empresario judío (un arquetipo de las personas odiadas por los represores) muerto en un dudoso y oportuno accidente aéreo. La viuda estaba fuera del país, desoyó consejos sensatos y volvió. Discutió, en el fragoroso año 1976, con empresarios ávidos, que contaban con el apoyo del régimen. Los grandes medios pretenden que las tratativas realizadas en ese entorno funcionaron en un mercado perfecto que hubiera hecho las delicias de Adam Smith. Su relato, es de lamentar, concuerda con el mito divulgado por la propia dictadura: existía una sociedad civil normal, con libertades garantizadas, aunque algunas “patotas” hacían abuso de la violencia. Esa falacia, claro está, se desbarató en pocos meses. Nadie puede, honestamente, creer que una negociación referida a bienes estratégicos se sustanciaba en un clima de negocios decoroso, impermeable al totalitarismo imperante.

Los editoriales aducen que Papaleo de Graiver consensuó. No hay tal, nuestro sistema legal exige para que haya contrato que las dos partes tengan “discernimiento, intención y libertad”. Los vocablos, en jerga forense, tienen significado bastante similar al del lenguaje común. La desdichada Lidia carecía de libertad e intención plenas cuando firmó la transferencia. Después, la pasó peor.

Nunca se perfeccionó un elemento sustancial de un contrato: el pago. La dueña recibió una fracción vil del precio, menos del uno por mil (siete mil dólares sobre casi un millón), el resto no le llegó nunca. Un juez debía aprobar el pacto, que involucraba derechos de la hija de Graiver y Lidia Papaleo, jamás lo hizo. Su Señoría se negó porque estaba en desacuerdo con el negocio leonino, los grandes medios consignan púdicamente que “nunca se expidió”.

Por lo tanto, el contrato no terminó de concretarse. Existía lo que podría llamarse “tracto sucesivo”, la negociación continuaba, en Tribunales. Cuando se secuestró a la dueña, privándola no ya de su libertad, sino de todos sus derechos humanos, las tratativas estaban abiertas.

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“Fue una operación legal y pública, anunciada por todos los diarios de la época”, resume el editorial a dos manos. O sea, contra toda prueba y contra sus propios alegatos cuando se justifican por haber escamoteado data sobre 30.000 desaparecidos, alegan que en ese tiempo los diarios informaban la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.

Inventan una burbuja temporal: suponen que Papaleo de Graiver estaba en un mundo feliz cuando firmó y que luego, por hechos ulteriores, fue chupada. Las palabras tienen su peso tremendo, máxime cuando las redactan grandes editorialistas de diarios importantes. Cuentan que la mujer fue detenida por “imputaciones ajenas a ese tema”. “Imputación” alude a intervención de jueces o fiscales no a represores sin ley. Y es difícil saber, aún para quienes fueron sus confidentes mediáticos, cuáles eran los motivos de los secuestros.

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Los titulares de los propios diarios en esos tiempos, sus solicitadas, los brindis de sus propietarios con el represor Jorge Rafael Videla corroboran que el gobierno fue un jugador central en el traspaso. Lo reconocieron y celebraron, con todas las letras, en sus ejemplares de mayo de 1976 cuando esas amistades valían poder.

El editorial de ayer consigna que “Papel Prensa fue una empresa perseguida por Emilio Massera”. Un modo didáctico sobre cómo se distorsionan hechos contándolos a medias. Massera, como en tantos otros temas comerciales y políticos, pulseaba contra Videla. Este era el puntal de Clarín, La Nación y La Razón, unidos en una empresa llamada Fapel. María Seoane y Vicente Muleiro lo cuentan con detalle en su libro El Dictador. En la página 270 de la edición de 2001 explican que “la discusión sobre a quién ofrecerle Papel Prensa produjo un durísimo enfrentamiento en la Junta. Fapel era la candidata de Videla y Martínez de Hoz. Massera tenía otro candidato: el banquero José Rafael Trozzo, dueño del Banco de Intercambio Regional”. La ojeriza de Massera no traducía antagonismo del régimen, sino una querella por negocios. Los perros de la guerra no pensaban full time en el Occidente cristiano, también en sus billeteras. A Fapel no le fue tan mal en esa interna de pequeros.

Se subraya: Seoane y Muleiro hablan de un hecho consabido, para nada inventado en las últimas semanas: fue la Junta la que “ofreció” la empresa a Fapel. Estaba hasta el tuétano en ese negocio, para nada privado.

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Otra distorsión, especialmente perversa, es suponer que una víctima del terrorismo de Estado recupera su libertad y su palabra no bien sale del campo de exterminio. O un tiempo determinado después. Papaleo de Graiver es puesta bajo sospecha porque no habló antes. Se banalizan el temor y la minusvalía impuestos por los represores. Ríos de tinta se han escrito sobre el tema, gente de la prensa debería conocerlos.

Papaleo habló cuando pudo dominar el miedo, cuando Christian Von Wernich y Miguel Etchecolatz, dueños de su vida y de su cuerpo, fueron juzgados y condenados. También, más vale, cuando supo que había un poder democrático dispuesto a poner coto a la impunidad de los cómplices civiles de la dictadura. Ese periplo terrible merece comprensión, contención y respeto.

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El oficialismo es apenas primera minoría en ambas Cámaras del Congreso. La oposición puede parar o distorsionar su proyecto de ley, sobreactuando su subordinación a las corporaciones.

En Tribunales, la carga de la prueba pesa sobre quien pide la nulidad de un contrato o acusa a un presunto delincuente. Si la prueba no alcanza, se mantiene el statu quo previo o prima la presunción de inocencia. No será sencillo conseguir sentencias favorables. No suele serlo en casos tan complejos con escasos precedentes, menos con magistrados conservadores en lo legal y de ordinario pro empresarios.

El kirchnerismo no es ingenuo, conoce esas perspectivas. Su opción, para nada facilista, también compite (de modo más ventajoso) en otros escenarios. Interpela la opinión pública, en defensa de los derechos humanos, de la búsqueda de igualdad tanto como de verdad y justicia. En esos terrenos, según la mirada de este diario, tiene todas las de ganar. En buena ley.

sábado, 21 de agosto de 2010

Lo nacido

Por Sandra Russo

En 2001 solía escucharse que algo no terminaba de morir y algo no terminaba de nacer. Con esa expresión nos era más inteligible la tensión extrema que vivíamos. En esa encrucijada se debatía un país tan acostumbrado a las crisis que aquélla, con su tropel de desgracias colectivas y personales, tardó en mostrar su verdadera dimensión. Lo que pasó fue tan border, tan límite, que quizá todavía estemos bajo estrés postraumático.

Una primera ficha bajó cuando Domingo Cavallo anunció aquella medida que, según el ex presidente De la Rúa, fue “muy bien recibida por la gente”: el corralito primero y el corralón después hicieron comprender de golpe, como una muela extraída sin anestesia, que la impiedad del neoliberalismo, aplicado sobre los sectores del trabajo durante una década, caía ya filosa y sin control, sobre las clases medias y altas. Por cierto hubo sectores que se autoprotegieron y hasta hubo los que usufructuaron aquel país en demolición. Los fondos buitre vuelven cada tanto a recordarnos que de las tragedias sociales siempre hay quien se alimenta, y en consecuencia quien las propicia.

Pasamos meses viendo gente golpear con palos y ollas las puertas de los bancos, mientras otros se peleaban en los cajeros automáticos porque se vaciaban muy rápido: todo el mundo quería retirar sus doscientos cincuenta pesos semanales. Vivíamos con nuestro propio dinero racionado, mientras asimilábamos lo inimaginable, la ruptura más bestial del contrato entre los ciudadanos, por un lado, y las empresas privadas y el Estado, por el otro. Era aquel Estado neoliberal el más intervencionista que conocimos fuera de las dictaduras. Imaginen si Perón, versionado tirano, hubiese incautado los depósitos o se hubiera robado los ahorros de millones de personas.

Quizá todavía estemos bajo estrés postraumático, porque el trauma fue grande y de una profundidad tal que no puede disiparse en diez años. Y sin embargo hay momentos, muchos, casi todos, en los que la oposición parece descontar que eso ha quedado en el pasado. Hay memorias personales en suspenso, bloqueadas, biografías de gente de mediana edad que incubaron aquella desesperación. Cuando los ahorros de la clase media fueron incautados, los golpes con palos en las rejas de los bancos o los acampes en sus puertas no adquirían la forma de la violencia: estaba muy claro que eran precisamente la única respuesta, impotente, frente a la violencia de un sistema fogoneado, alentado, propagandizado, ejecutado, disfrazado por una clase política perteneciente a los partidos tradicionales, que había hecho una transacción vergonzosa con su poder de representación. Aquel bipartidismo engamó a los dos principales partidos en un único proyecto. Aquel proyecto no sólo era aberrante por su esencia, sino también por su fracaso intrínseco, como se puede ver ahora en España o en Grecia.

No éramos vírgenes de neoliberalismo cuando Domingo Cavallo, que había sido el bisturí menemista, fue elegido como el bisturí de la Alianza. No éramos vírgenes, éramos cómplices o imbéciles. Nuestras mayorías lo eran. Consintieron. Corrompidas, confundidas o manipuladas, quién sabe, pero digerimos con pasmosa naturalidad que quien había sido la quintaesencia menemista siguiera en el Ministerio de Economía del gobierno en el que se depositaba una esperanza. Hemos administrado muy mal esa esperanza, como quien administra mal sus pasos y vuelve a tropezar con la misma piedra.

El menemato terminó como una pesadilla de las formas, como la pizza con champán, una cuestión de estilo. Se supuso que la compostura radical, que la forma presentable de lo radical remediaría la enfermedad neoliberal. Qué otra cosa fue el hechizo del Pensamiento Unico. Aquel bipartidismo lo encarnó. Las políticas no se cuestionaron. Naturalmente, los intereses hegemónicos de las corporaciones mediáticas colaboraron mucho en el estrés postraumático.

Recién ahora estamos en condiciones de preguntarnos cuánto de nuestra historia reciente, con las correspondientes ciclotimias de la opinión pública, fue manipulado, operado desde los grandes medios.

Quizá se deba al estrés postraumático que ni siquiera ahora nos espanta colectivamente hablar de ajustes. A la luz de los hechos legislativos de esta semana, conviene recordar que llegar al ajuste implica un inevitable llegar a la deuda. El neoliberalismo no es un laberinto, sino la línea recta más corta hacia el desastre, y de ese desastre, de esa ruina, de ese sentimiento general de humillación, deberíamos recuperar la memoria entera, ya liberada de las riendas que al caballo que es la historia siempre sujetaron los discursos de las posiciones dominantes.

Lo que se nos propone desde cada posición no específica ni inscripta en un modelo completo enmascara la llaga que todavía está abierta. La de nuestro fracaso.

viernes, 6 de agosto de 2010

"Mientras sea Presidenta la Argentina no va tener ningún default."



Al finalizar el acto de inauguración del Centro de Gestión y Exposición del Programa "Conectar Igualdad.com.ar, la Presidenta, hizo declaraciones a la prensa en las que señaló que "nunca vio una oposición tan virulenta como esta". Resaltó que desde algunos sectores "quieren aumentar todos los gastos y bajar todos los ingresos del Estado". Agregó que considera que esa actitud es una "locura de gente que carece de proyectos y de ideas" y lamentó que exista una "manifiesta intención de impedir gobernar que en definitiva lo terminarían pagando los argentinos". Al respecto, aclaró que mientras sea Presidenta "la Argentina no va tener ningún default". Luego afirmó que le da "mucho miedo que la clase política se subordine tanto a las corporaciones. Sería bueno que explicaran cual es el proyecto de modelo (que tiene la oposición). Cada vez que pasó esto a los argentinos, a los trabajadores, a la clase media, a los productores, a los empresarios les ha ido siempre muy mal", afirmó Cristina Fernández.
Por último, se refirió a algunos sectores de la oposición: "Nunca, ni siquiera durante el gobierno de Néstor Kirchner, vi na oposición tan virulenta, que quiere dejar sin recursos al Estado", expresó, y declaró que le causa "un poco de fastidio que quienes provocaron una de las crisis más formidables el país se nieguen a instrumentar las medidas para solucionar los problemas que ellos provocaron".

domingo, 1 de agosto de 2010

Gula


Por Sandra Russo

“Los gobiernos pasan, son un mero episodio, pero la tierra permanece.” Tal el sustrato del discurso del liderazgo opositor más consolidado y visible hasta el momento. El mechón rebelde de Biolcati, que flameaba mientras al anochecer él leía su pieza oratoria y política, colaboraba en la pantalla, tan colocada en el primer plano, para ubicarlo en ese papel. Un papel, según definió, histórico: él, el más poderoso del núcleo duro opositor, viene a ser el heredero de las otras grandes luchas que libró la Sociedad Rural Argentina.

¿Qué luchas libró la Sociedad Rural Argentina? Todas y cada una, contra el pueblo. Todas y cada una, para sí. ¿Cómo llegamos a esta escena, en la que casi todos los dirigentes políticos opositores se arrastran a los pies de la gran corporación? Estaban allí, escuchando los insultos a la política. ¿Qué hacían Duhalde y Chiche escuchando que los pobres son la basura que genera la política para rejuntar votos, esa escoria que si es explotada por alguien, es por la política? Digo que es la clase política que se arrastra a los pies de la corporación, porque para alinearse ahí hace falta tragarse el sapo completo de la antipolítica. Ese sujeto histórico que dice representar Biolcati es el antipolítico por excelencia. Lo único que florece a su alrededor es servilismo y entrega.

Ese sujeto histórico embrionó en los financistas de la Campaña del Desierto. El país del que hablan no tiene pasado: lo fundaron ellos cuando les entregaron las tierras ya liberadas de indios de los que no hace ni falta acordarse, puesto que confirmó ayer, nosotros bajamos de los barcos. El embrión de ese país fue un pacto entre ricos y militares. Fue el Roca militar el primer político que aceptaron. Están acostumbrados a que les hagan esa clase de favores, y a que los pactos con los políticos sean de esa especie: con los políticos jugando para ellos y un territorio inmenso para ser sus dueños.

Los gobiernos pasan, la tierra queda. Ellos creen que son la tierra. Los dueños de las tierras se identifican con su propiedad privada, y es así en todo, claro, ellos son los que han tenido el poder durante casi toda nuestra historia. Todas las luchas populares de estos doscientos años se libraron contra los intereses que representan Biolcati y su Mesa de Enlace. El discurso de ayer lo consagra también para eso: es el que tiene la estancia más larga.

Si la política tiene sentido para millones de argentinos, ciudadanos, militantes, dirigentes, es precisamente para que gente como Biolcati tenga menos poder. Ellos no quieren ser sectores que pugnen con los otros, como en cualquier democracia. Quieren ser lo que han sido siempre, menos en los gobiernos peronistas: los que tutelan que lo mejor para todos, ese abstracto invocado por los políticos, siempre sea lo que les convenga a ellos. No quieren entrar en discusión. Desde el 2008 que se niegan a bajarse del caballo del dueño. No quieren negociar. No saben ser una parte. Siempre han hablado en nombre de la Patria, incluso cuando cobijaron a los asesinos o cuando eran amigos de Menem. Todos pasaron, la tierra queda. La tierra no son ellos, la Patria no son ellos. Tarde o temprano tendrán que darse cuenta.

Y si se preparan para una más de sus grandes luchas, Biolcati será el verdadero comandante. Tiene el carácter, la gula y el impudor que suelen enamorar a la derecha golpista argentina.