sábado, 4 de abril de 2009

Sereno mensaje

Por Alfredo Zaiat
La cumbre que acaba de concluir en Londres, con una anterior en Washington y con otra que se realizará en Nueva York este año, reúne la espectacularidad de la confluencia de los principales líderes mundiales para encontrar soluciones a la crisis global, así como también el tono trágico del peligro del desencuentro. Sólo en esa sensación de dramaticidad se parece a las varias conferencias que los aliados impulsaron para enfrentar a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Pero las actuales cumbres han sido lo suficientemente densas para presentar la angustia de la precariedad de la economía mundial. Más allá de las declaraciones formales de cooperación, del compromiso de destinar sumas millonarias para financiar políticas expansivas y de iniciativas que hasta hace poco eran impensables como la restricción a los paraísos fiscales y el control de calificadoras de riesgo y de los fondos de inversión especulativos (hedge funds), cada una de las potencias está buscando el camino para satisfacer sus propios intereses. Estrategia que es previsible en cualquier líder político que lo primero que evalúa es la estabilidad interna y, por consiguiente, su propia supervivencia en el poder. Varios son los acontecimientos históricos que revelan ese comportamiento. Uno de ellos resulta relevante en estos momentos para destacar el papel que ha empezado a jugar China como fuerza emergente en el concierto de las potencias mundiales. A fines de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, la URSS invadió Manchuria, como parte del acuerdo de Yalta firmado entre Rusia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Operación militar que mandó al cesto de la basura la promesa que Franklin D. Roosevelt le había expresado al dirigente nacionalista Chiang-Kai-Shek en la conferencia de El Cairo, en 1943, respecto de que China recibiría toda Manchuria, en ese momento en poder de los japoneses. Ante el incumplimiento de ese compromiso y la resistencia de Stalin a ceder ese territorio, el líder chino, que luego se refugió en la isla de Formosa (Taiwán) con el apoyo de Estados Unidos luego del triunfo de la revolución comunista de Mao, manifestó lo que ya se conoce acerca de la paciencia china para alcanzar sus pretensiones. Y así fue. Años después, durante la luna de miel con la China de Mao, las conquistas soviéticas en Manchuria serían devueltas a China. Este suceso que expone la complejidad de las relaciones entre los países y la existencia de intereses contrapuestos entre potencias sirve como referencia para decodificar un sereno mensaje que China expresó en estos días turbulentos.
El gobernador del Banco Popular de China (banco central), Zhou Xiaochuan, propuso la creación de una moneda internacional de reserva sin relación con la de ningún país individual. En su ensayo, publicado en chino e inglés en el sitio web de la entidad monetaria china, Zhou planteó la necesidad de reducir el dominio de unas pocas monedas, como el dólar, el euro y el yen, en el comercio y las finanzas internacionales. Para ese dirigente chino la mayoría de los países concentra sus activos en esas monedas de reserva y así se exacerba la volatilidad de los sistemas financieros. Afirmó que la adopción de una moneda de reserva que no pertenezca a ningún país facilitaría el manejo de todas las economías. Sostuvo también que podría constituir la base de una forma más equitativa de financiar el FMI. “La aparición de la crisis y su contagio a todo el mundo reflejan las vulnerabilidades inherentes y los riesgos sistémicos del régimen monetario internacional”, señaló Zhou. La cantidad e intensidad de las crisis financieras sugiere que “los costos de este sistema para el mundo podrían haber superado a sus beneficios”. Zhou no fue el primero en plantear ese argumento. Antes Rusia había manifestado la misma inquietud. Después fue el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz quien manifestó que el esquema dominado por el dólar es parte del problema y que ahora se necesita un sistema global de reserva.
En concreto, la propuesta china señala que se necesita una unidad de reserva estable, desconectada de las economías individuales y que satisfaga las necesidades de liquidez de la economía mundial. Zhou recordó que la idea de moneda de reserva internacional la presentó John Maynard Keynes en 1943 y no fue aceptada en la conferencia de Bretton Woods, después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Esa propuesta de Keynes consistía en crear la unidad monetaria universal “Bancor” y la International Clearing Union (ICU). Esa moneda serviría para llevar a cabo ajustes automáticos en el comercio internacional para evitar los desequilibrios entre los países con superávit abultados y los que contabilizaran déficit exagerados. En ese plan las exportaciones e importaciones se pagarían en “bancors”. Cada país tendría una cuenta en la ICU con un saldo cercano a cero debido a su equilibrio (o desequilibrio moderado) de exportaciones e importaciones. La cuenta en “bancors” de cada país mantendría una tasa de cambio fija (pero ajustable) con respecto a la moneda local.
El economista Alejandro Nadal explica en un artículo publicado en La Jornada de México que “el punto central de ese plan era el mecanismo de ajuste automático entre países superavitarios y deficitarios”. El esquema de Keynes era el siguiente:
- Los países compartirían la obligación de mantener un equilibrio en los flujos mundiales de comercio.
- Los países con déficit pagarían una tasa de interés a la ICU sobre su deuda en “bancors” y eso les impulsaría a reducir sus importaciones.
- Los de saldo comercial superavitario también tendrían que pagar a la ICU por ese excedente en “bancors”.
- Eso los incentivaría para invertir sus “bancors” en los países deficitarios o simplemente para reducir sus excedentes.
- El plan Keynes buscaba que los esfuerzos de los países deficitarios para equilibrar su balanza comercial coincidieran con el impulso de los países superavitarios para gastar sus “bancors” (que de otro modo carecerían de valor).
En síntesis, “lo esencial del plan Keynes es el mecanismo de ajuste automático. Ese dispositivo habría sido objeto de un acuerdo internacional y habría sido complementado por un régimen regulatorio sobre flujos de capital”, explica Nadal. Señala que “todo eso permitiría aplicar políticas de pleno empleo al interior de cada país”. A la vez, destaca que “el resultado sería que se impediría que cada país resolviera su problema de desempleo ahogando en exportaciones baratas a los demás. Quedaría vedado subsanar una deficiente demanda efectiva exportando desempleo, que es precisamente lo que sucede en la globalización neoliberal”.
Frente a la crisis global los países periféricos enfrentan la restricción de recursos para financiar políticas de expansión. En el plan Keynes del “Bancor” eso se resolvería mediante la expansión de la oferta de esa unidad monetaria internacional. Es lo que se pensó hacer originalmente con los Derechos Especiales de Giro del FMI, pero eso no funcionó. El objetivo era permitir a cada país retomar una política macroeconómica interna activa, capaz de desempeñar un papel anticíclico. “Esto es lo visionario del plan Keynes, no la idea aislada de una moneda universal”, concluye Nadal.
Sin tanta complejidad, pero rescatando la esencia de esa propuesta, China señaló la necesidad de diseñar una nueva moneda de reserva universal, lo que implica poner en discusión al dólar en el ejercicio de ese papel. En ese escenario, China movió una primera ficha con el acuerdo de intercambio de monedas (swap) con Argentina. Se trata de la primera operación de este tipo que el gobierno chino lleva adelante en un país fuera de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático. Este acuerdo significa, entre otras cuestiones, que Argentina tiene un crédito abierto en yuanes hasta el equivalente a 10 mil millones de dólares, por los próximos tres años.
Este convenio con China entrega otro éxito a la legión de analistas y economistas especializados en brindar pronósticos fallidos. La sentencia acerca de la imposibilidad de Argentina de conseguir crédito internacional, que siguen sentenciando con la rigurosidad que los caracteriza, ha quedado otra vez en ridículo. Ese grifo no es el del FMI, adonde quieren volver para arrodillarse como tan bien lo han hecho por décadas, sino que es un acuerdo con la potencia emergente. Lo que sucede es que esa secta de la city tiene dificultad para poder evaluar alternativas que no sean la de someterse al FMI. Les cuesta admitir que se ha derrumbado su mundo, aunque todavía no se vislumbra el nacimiento del nuevo.
azaiat@pagina12.com.ar

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